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FERIA ARTESANA DE BUXTON



Una mañana preciosa, soleada y fría fue la emocionante bienvenida a esta feria. Un nuevo local para mí, un viaje encantador, un sitio cómodo, templado y agradable en mi rincón del soleado ventanal.


Había estado preparando, planeando, haciendo listas, cumpliendo cosas de mi lista, planeando, planeando…

Pinturas originales, por supuesto pero también reproducciones en láminas y tarjetas. Ah, y para esta ocasión, justo antes de Navidad, consideré también a los compradores con un presupuesto limitado, así que también preparé unas tarjetitas preciosas y encuadré mis láminas en variados tamaños para complacer todos los bolsillos.


Cada pieza en cuidada exposición, cada pieza cuidadosamente preparada con su etiqueta y su precio. Estaba segura, segurísima, que por los menos mis preciosas láminas se venderían bien. ¿Quién iba a decir que no a unos meros 20 euros por un cuadrito super encantador, un precioso regalo de Navidad?


Pero pasaron los minutos, pasaron las horas y no vendí absolutamente nada.


Otros compañeros expositores artistas iban y venían a mi puesto para conmiserarse conmigo en susurros de mi mala suerte por haber caído justo al lado del vendedor más barato del planeta. Me hacían gestos, daban la espalda al vecino y me hacían leer en sus labios que él producía sus pinturas en masa, las vendía a peso y tenias parientes que le hacían los marcos gratis. Estaban muy descontentos porque esto bajaba el nivel de la exposición y de los artistas verdaderos y esto no era justo para ninguno de nosotros.


La verdad es que la gente estaba totalmente obsesionada por esas pinturas y sus precios, hacían cola, compraban al por mayor… y estoy segura de que no hay ni un habitante de Buxton sin una o dos, o tres de sus pinturas en sus paredes.


Hay quien dice que el arte no se vende así. ¿Se puede vender aún más barato? ¿Qué tan comunes serían sus pinturas? Qué poco originales, siempre el mismo tema, una y otra vez! Los cuadros parecían todos los mismos. ¿Qué orgullo puede un comprador de semejantes piezas mostrar al recibir invitados en su casa y oír de ellos, “Ah, yo tengo cuatro iguales a ésta en mi cuarto de baño”?


Intenté enfrentarme al reto y bajé mis precios a la mitad en todos mis cuadros, incluso mis más preciados óleos originales, pintados para apaciguar mi alma en mis momentos más oscuros. Me dolió, pero lo hice en nombre del negocio… aún así no vendí nada.


No denigro mi fracaso al vender ni el éxito de los otros. Las razones por las que no vendo será para siempre un misterio. Mi trabajo siempre recibe muchos halagos, mis precios son más que razonables, tengo una gama de precios asequibles, mi trabajo está bien presentado, enmarcado con cuidado. Simplemente, no consigo vender.


Quizás una feria artesana no sea el lugar adecuado para mí, quizás mi trabajo es invendible, o mis creaciones son demasiado mundanas, demasiado corrientes… o demasiado normales.


Quizás no soy muy original y no llego a capturar los deseos del público. Quizás a mi trabajo le falta ese ‘yo qué sé y qué sé yo’ que tanto gusta.


En todo caso, las cosas están así. Pinto lo que pinto y lo hago por devoción y por la paz interna que me proporciona. Si esto no es suficiente para hacer negocio, pues vale.


Nunca me convertiré en una productora en serie de imágenes fáciles, repetitivas y baratas.

Esto destrozaría totalmente lo que pintar representa y consigue, lo que verdaderamente es Arte.

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